Un día de lluvia en medio del verano es un recuerdo latente del invierno.
De cafés en pubes con grandes ventanales, saboreando un amargo café mientras ríos de agua resbalan a lo largo del cristal.
Un día de lluvia en pleno verano era algo que yo no nunca antes había disfrutado. Los días grises a menudo me entristecen porque me falta la luz en el cielo que calienta el alma y enciende sonrisas.
Sin embargo, este verano ha emergido de mi interior una inspiración asombrosa.
Una alegría inexplicable.
Siento ganas de salir y dejar que las gotas de agua cubran cada centímetro de mi cuerpo. Tengo ganas de conducir en la noche, observando las calles llenas de luz, los coches y los transeúntes con paraguas, a través de unos cristales salpicados de gotas.
O de acercarme hasta la playa y observar el mar y su oleaje, tras los cristales del coche o bajo un paraguas.

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Imagen: Labels and lacquer